Los que deciden y los que ejecutan. La mayoría de empresas casi siempre hemos actuado así. Sin embargo, a mayor altura, mayor alejamiento de la realidad de lo que ocurre en los niveles más inferiores. Muchas veces las decisiones adoptadas en la cima de la montaña son inaplicables en la base de la misma. Es muy interesante para mí el concepto de autonomía. Como he comentado en otras ocasiones, permite el desarrollo de las personas además de que da velocidad a la toma de decisión. Sin embargo, la autonomía va unida de la mano de la responsabilidad. Lo cual significa que para que funcione necesitamos personas responsables. Y esto conlleva dos cosas; por un lado la propia responsabilidad de la personas (innata o adquirida por experiencia), y el haber recorrido un camino organizativo. Es decir, hay que hacer ver y la gente tiene que asumir que el proyecto de todos también es suyo, y que merece la pena esforzarse en todos los aspectos para que prospere.
Llegados a este punto es importante no confundir autonomía con consenso. La autonomía en una función conlleva responsabilidad personal, que nada tiene que ver con llevarme bien con la gente ni que decidamos las cosas en grupo. Y hay que ser conscientes de que no a todo el mundo le gusta asumir la responsabilidad y decidir. Aún así, con sus “peros”, soy ferviente fan de la autonomía.
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