¿Somos conscientes de lo afortunados que somos? ¿Y de la cantidad de veces que nos quejamos al día?
¡Qué poco agradecemos y celebramos lo bien que vivimos y la suerte que tenemos!
Cuando llueve, porque te mojas, y cuando hace sol, porque tienes calor. La cosa es quejarse. Y es que somos así, nos hemos acostumbrado a la queja continua, gratuita y sin sentido. Todo son problemas. Pero, ¿De qué grado?
En uno de mis viajes a Brasil, una persona me dijo; Jon, “los problemas que se resuelven con dinero, no son problemas”. Qué cierto, Melo. Problema es que se te muera un hijo o como a ti, tu mujer. Que un familiar tenga cáncer, que te quedes sin trabajo con una determinada edad, tener un accidente grave de coche que te deje en silla de ruedas, que te desahucien… Perder el autobús, que tengas un resfriado, que llueva, que se te pinche una rueda, que suba la luz,…son problemas menores. Y no son de la misma magnitud que lo anteriores. Sin embargo, ves gente abatida por un problema menor, que además no hace más que quejarse, creérselo y magnificarlo. Nos gusta sufrir y compadecernos.
Esto llevado al mundo de la empresa, es el que se queja por todo. Se haga lo que se haga a él no le gusta. (Chato, quizás sobres tú, piénsalo). Además, lo expresa, contagia y alegra el ambiente. Esta gente, debería pasar una larga temporada por el INEM para aprender a valorar.
Es como el que juega al baloncesto y no le gusta el baloncesto. Cualquier jugada que se planifique no le gusta. ¿Qué tal el waterpolo?¿El taichí?¿La equitación? Si no cambias tu forma de ver, es imposible. Da una oportunidad. Inténtalo. No formules la queja al primer segundo. Ponte las gafas de ver en positivo. Aporta todo lo que puedas y suda. Cuestiona luego el resultado. Aprende. Así formularás además la queja en positivo.
Te planteo que cada vez que se te pase por la cabeza quejarte, pares, y la formules en positivo. Pensando en las vías de solución.
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