El sannyasi había llegado a las afueras de la aldea y acampó bajo un árbol para pasar la noche.
De pronto llegó corriendo hasta él un habitante de la aldea y le dijo: «¡La piedra! ¡La piedra! ¡Dame la piedra preciosa!».
«¿Qué piedra?», preguntó el sannyasi. «La otra noche se me apareció en sueños el Señor Shiva», dijo el
aldeano, «y me aseguró que si venía al anochecer a las afueras de la aldea, encontraría a un sannyasi que me daría una piedra preciosa que me haría rico para siempre». El sannyasi rebuscó en su bolsa y extrajo una piedra. «Probablemente se refería a ésta»; dijo, mientras entregaba la piedra al aldeano.
«La encontré en un sendero del bosque hace unos días. Por supuesto que puedes quedarte con ella».
El hombre se quedó mirando la piedra con asombro. ¡Era un diamante! Tal vez el mayor diamante del mundo, pues era tan grande como la mano de un hombre. Tomó el diamante y se marchó.
Pasó la noche dando vueltas en la cama, totalmente incapaz de dormir.
Al día siguiente, al amanecer, fue a despertar al sannyasi y le dijo: «Dame la riqueza que te permite
desprenderte con tanta facilidad de este diamante».
Yo antes estaba completamente sordo. Y veía a la gente, de pie y dando toda clase de vueltas. Lo llamaban baile. A mí me parecía absurdo… hasta que un día oí la música. Entonces comprendí lo hermosa que era la danza.
En cierta ocasión, un predicador preguntó a un grupo de niños: «Si todas las buenas personas fueran blancas y todas las malas personas fueran negras, ¿de qué color seríais vosotros?».
La pequeña Mary Jane respondió «Yo, reverendo, tendría la piel a rayas».
Cuando Kruschev pronunció su famosa denuncia de la era staliana, cuentan que uno de los presentes en el Comité Central dijo: «¿Dónde estabas tú, camarada Kruschev, cuando fueron asesinadas todas esas personas inocentes?».
Kruschev se detuvo, miró en torno por toda la sala y dijo: «Agradecería que quien lo ha dicho tuviera la bondad de ponerse en pie».
La tensión se podía mascar en la sala. Pero nadie se levantó.
Entonces dijo Kruschev: «Muy bien, ya tienes la respuesta, seas quien seas. Yo me encontraba exactamente en el mismo lugar en que tú estás ahora».
El gran general japonés Nobunaga decidió atacar, a pesar de que sólo contaba con un soldado por cada diez enemigos. El estaba seguro de vencer, pero sus soldados abrigaban muchas dudas. Cuando marchaban hacia el combate, se detuvieron en un santuario sintoísta. Después de orar en dicho santuario, Nobunaga salió afuera y dijo: «Ahora voy a echar -una moneda al aire. Si sale cara, venceremos; si sale cruz, seremos derrotados. El destino nos revelará su rostro».
Lanzó la moneda y salió cara. Los soldados se llenaron de tal ansia de luchar que no encontraron ninguna dificultad para vencer.
Al día siguiente, un ayudante le dijo a Nobunaga: «Nadie puede cambiar el rostro del destino».
«Exacto», le replicó Nobunaga mientras le mostraba una moneda falsa que tenía cara por ambos lados.
Se cuenta que, en la época feudal, un señor de la guerra pasaba con su ejército cerca de un famoso monasterio. Era un hombre cruel y pendenciero, sin especial respeto por los monjes. Sin embargo, como le habían dicho que el abad del lugar era un sabio, decidió parar y pedir audiencia.
Se convocó al abad, que entró rodeado de algunos monjes de más edad y tomó su asiento de meditación en el centro de la sala. Ante él estaban las huestes con su cabecilla al frente, que mostraban una actitud arrogante ante los monjes desarmados.
El señor feudal quería impresionar a su tropa y después de presentarse preguntó al abad qué diferencia había entre el cielo y el infierno. Se hizo el silencio y las miradas se concentraron en el abad. No obstante, éste siguió manteniendo esa mirada limpia, abierta y valiente ante los visitantes, como si estuviera meditando. Pasó un rato y no pronunció palabra alguna. El señor feudal se levantó y con el ánimo exaltado, repitió la pregunta en alto, de pie ante el abad. Pasaron unos segundos, pero el abad no se movió ni dijo nada. Los monjes empezaron a tener miedo, el señor feudal sentía que el abad no le tomaba en serio y los soldados empezaron a inquietarse.
Furioso, el señor de la guerra amenazó al abad levantando su espada.
—¡¿Quién te has creído que eres, monje insolente?! ¡Si no me respondes ahora mismo, te cortaré el cuello con mi espada!
Entonces el abad, sin perder la compostura, le dijo al señor de la guerra:
—Eso que sentís vos ahora mismo es el infierno.
Entonces el señor feudal, viendo que el abad le hacía caso y que su honor estaba intacto, envainó la espada y se sentó de nuevo. Entonces el abad añadió:
—Y eso que sentís ahora es el cielo.
En una ocasión, le preguntaron a una persona que había tenido un grave accidente: “¿cómo puede ser tan positivo, tras haber perdido las piernas?”, a lo que él respondió: “¿cómo pueden ustedes ser tan negativos teniendo las suyas?”.
Del libro: Pleno
Una pareja que estaba alojada en un hotel pidió pizza. Al momento de recibirla, se percataron de que dentro de la caja venía un sobre pegado, y al abrirlo encontraron 1000 dólares. Ella se emocionó: ¡vamos de compras!. Mientras que él, sensato, tomó el sobre y dijo: “este dinero no es nuestro”. Se vistió y se dirigió a la pizzería. Al llegar, preguntó por el gerente, quien al ver el sobre y con los ojos llenos de lágrimas, comentó: “He ahorrado todo el año para comprar los regalos de Navidad de mis hijos, mi escondite era una caja de pizza que tenía detrás de mi escritorio. Hoy vendimos tanto que alguien la tomó y se la llevó a ustedes”.
Como muestra de agradecimiento, el gerente le propuso tomarse una foto y subirla a sus redes sociales para decirle al mundo que todavía existe gente honesta en nuestro país. Sorprendido, nuestro protagonista exclamó: “de ninguna manera, ni se te ocurra tomar una foto”. “¿Por qué?”, preguntó el gerente. “Porque la mujer con la que estoy en el hotel no es mi esposa”.
Esta es precisamente, la diferencia entre honestidad e integridad. La honestidad son las acciones que haces hace fuera; lo que hago, lo que digo, mis actos públicos. Integridad es hacer lo correcto aun cuando nadie te observe; lo que soy, lo que pienso y mis actos privados.
Del libro: Pleno
Un genio tomó forma de mendigo y le dijo a un zapatero:
El genio le ofreció entonces lo que él quisiera.
El genio respondió:
Entonces el genio replicó:
El zapatero respondió:
Entonces el genio le ofreció:
El zapatero respondió asustado:
Entonces el genio le dijo:
Un joven hindú se bañaba un día en las aguas del Ganges. Estaba allí con su maestro, al cual había preguntado en muchas ocasiones qué tenía que hacer para conseguir lo que quisiera. El sabio lo había explicado que no podría conseguirlo solo con la voluntad: era necesario hacer intervenir al corazón y al alma. Como el joven no comprendía muy bien el significado de sus palabras, el maestro tuvo una idea interesante. Hundió la cabeza de su discípulo bajo el agua y la mantuvo así durante un tiempo. Cuando el adolescente comenzó a sofocarse, le liberó.
Mientras el joven se recuperaba, el maestro le preguntó.
-¿ Qué es lo que más deseabas en el mundo cuando estabas con la cabeza bajo el agua?
– ¡ Aire, solo aire!- respondió el discípulo.
El maestro le dijo entonces:
-Podrás conseguir lo que deseas y anhelas con todas tus fuerzas y solo deseas conseguir ese objetivo. En resumen, tienes que sentir lo que deseas con una necesidad y una emoción parecidas a las que sentiste cuando, estando bajo el agua, lo único que te importaba del mundo era respirar inmediatamente.
Había una vez un escritor que vivía en una playa tranquila, junto a un pueblo de pescadores. Todas las mañanas caminaba por la orilla del mar para inspirarse y durante las tardes se quedaba en casa, escribiendo.
Un día, caminando por la playa, divisó un bulto que daba la impresión de bailar. Al aproximarse vio que se trataba de un joven que recogía las estrellas de mar que estaban en la playa, una por una, y las devolvía al océano.
– ¿ Por qué haces esto?- preguntó el escritor.
– ¿ No se da cuenta?- replicó el joven-. La marea está baja y el sol brilla. Las estrellas se secarán y morirán, si se quedan aquí en la arena.
– Joven, existen miles de kilómetros de costa en este mundo, y centenares de miles de estrellas de mar desparramadas por las playas. ¿ qué consigue con eso? Usted solo devuelve unas pocas al océano. De cualquier manera, la mayoría morirán.
El joven cogió otra estrella de la arena, la arrojó de vuelta al océano, miró hacia el escritor y dijo:
-Para esta, ya he conseguido algo.
En una ciudad de Grecia vivía un sabio, famoso por tener respuesta para todas las preguntas. Un día un adolescente, conversando con un amigo, dijo:
El joven llegó hasta el sabio y le hizo la pregunta:
El sabio miró al joven y le dijo