Todos hemos conocido personas que eran un genio como profesional pero un imbécil como persona. La historia normalmente termina mal. Por el simple hecho de que en una organización hay que convivir con personas durante ocho horas, y a aquel que es imbécil, no lo quiere nadie. Las organizaciones sacrificamos o debiéramos sacrificar a los genios que son imbéciles. Es decir, debiéramos ser fieles a nuestros valores y al tipo de cultura en la que queremos trabajar. El elemento distorsionador cuya permanencia se permite por parte de la dirección, no hace más que torpedear la línea de valores de la organización y la credibilidad sobre quien debiera tomar una decisión respecto a su continuidad.
Totalmente de acuerdo. Como alguien nos dijo una vez: “Más vale ponerse una vez colorado que ciento amarillo”