Unos cazadores que después de abatir a una leona, vieron que esta tenía un parto espontáneo del que nacía un cachorro. Tomaron al recién nacido y se lo llevaron consigo. Al día siguiente cansados de cargar con él, se lo dieron a un pastor quien lo cuidó alimentándolo con la leche de las ovejas.
Casi un año después, el león vivía plácidamente entre las ovejas como cualquiera de ellas. Su identificación era tal que balaba, se quejaba, aburría, desafiaba a los mayores y se pavoneaba como hace cualquier oveja adolescente.
Un día mientras pastaban en un valle un león salvaje vislumbró desde la montaña un joven león pastando, esta sorprendente estampa le llenó de ira, por lo que se dirigió al mismo y le dijo ¿No te da vergüenza vivir así? ¿Cuándo se ha visto a un león viviendo como una oveja?
El león tan solo supo decir beee, por lo que el adulto le llevó a un estanque dónde al ver su imagen reflejada y tan igual al del león empezó a dudar de su condición. Nunca se le había pasado por la cabeza que podía ser distinto de las ovejas.
El joven dejó el rebaño y se fue con el león a las montañas, aprendiendo a cazar y a vivir en ellas. Un día, casi sin darse cuenta, lanzó su primer rugido que terminó por despertar su instinto, se había dado cuenta de quién era.
El león mayor sonrió de satisfacción, las cosas eran finalmente como debían ser.
Dicen los sufíes que ese rugido de león, cuando cae en la cuenta de su verdadera naturaleza, es igual al grito que emite una mujer o un hombre cuando descubre que él o ella es un ser humano. Porque los sufíes piensan que los seres humanos también tenemos ese problema: vivimos como ovejas sin saber que somos leones.