Un buen día, un zar visitó uno de sus antiguos palacios y se encontró con un guardia en la entrada. Le preguntó qué hacía y este le explicó que estaba vigilando los parterres de flores. El zar se sorprendió por la respuesta, puesto que no había ni una sola flor en la zona y los parterres estaban secos. Empezó entonces a indagar.
Se enteró de que generaciones antes había habido un parterre con flores que había plantado una zarina a la que le gustaban mucho. En aquella época, los animales corrían por el jardín y pisoteaban las flores, motivo por el cual la zarina hizo montar una guardia de veinticuatro horas para vigilarlo.
Pasaron los años y la zarina murió. Nadie más se ocupó de esos parterres y las flores no volvieron a brotar. Sin embargo, seguía existiendo la figura del guardián del parterre, posición que mantenían año tras año, incluso sin haber flores.
Del libro: La invención de la bicicleta