Cuando se firma un contrato de trabajo, normalmente vienen estipuladas las horas, el puesto y el salario. No recuerdo haber visto nunca que se establezca el nivel de motivación requerido. Ese nivel de motivación, depende en parte de la persona, por eso decimos aquello de que “la gente tiene que venir motivada de casa”, y en parte de la empresa, por eso decimos aquello de que “el jefe/ líder debe encargarse de no desmotivarlos”. Con el contrato compramos horas, conocimiento y acción, pero no compramos ilusión, pasión, corazón, entusiasmo, involucración,…
Profundicemos un poco más en la motivación. Lo primero, es cierto que la motivación depende de la persona, solo se suma el que quiere, pero creo que desde la empresa podemos hacer cosas para que la gente venga a trabajar con una actitud u otra. Para ello, debemos trabajar en dos direcciones, la grupal y la individual. En la primera, se trata de crear las condiciones suficientes para que la persona se identifique con la organización para la que trabaja; explicar el proyecto, la estrategia, el porqué de la decisiones importantes, los cambios que se van a realizar, fomentar la participación, dar a conocer el resultado del esfuerzo realizado,…. Yo lo llamo “el carnaval“, ya que se trata de crear las condiciones para que la gente se disfrace, siendo conscientes de que no a todo el mundo le gusta hacerlo. La segunda, la individual es mucho más compleja. Ahora mismo hay en el mundo 7.984.390.000 personas. Cada una con una huella dactilar diferente. Lo que motiva a Juan, no motiva a Pedro, porque las motivaciones son diferentes en cada individuo. A Juan le gusta el futbol y a Pedro el baloncesto. El jefe debe conocer a su gente para saber que les mueve. Parece fácil, pero se complica, porque las motivaciones cambian a medida que pasa el tiempo. A Juan hace 10 años que no le gusta el futbol, pero tú, que no te has preocupado por conocer las motivaciones de Juan, le sigues regalando entradas para ver futbol cuando quieres reconocerle algo.
En definitiva:
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