Vivimos en un país burocrático. Nos encanta el papeleo, el enrevesamiento. Nos encanta la justificación. Nos encanta cubrirnos ante posibles errores. Pensamos que lo complejo sencillamente es mejor. Pero todo esto no genera valor, genera coste.
Tenemos que acostumbrarnos a hacer simple, aunque nuestra tendencia sea la contraria. En quitar todo lo que sobra, todo aquello que no aporta valor. Porque haya más no significa que sea mejor. Simplemente, hay más cantidad. Si no está lo esencial o lo esencial queda confuso entre la cantidad, no es mejor. La interpretación puede ser confusa.
Nos debemos acostumbrar a simplificar, a buscar la esencia de las cosas y a hacerlo visual para que todo el mundo sea capaz de entender. Esto nos lleva a cuestionar mientras elaboramos las cosas para llegar a la esencia, y esto es difícil y lleva tiempo. Pero es mucho mejor dedicar horas a pensar para hacerlo simple y que luego el trabajo sea sencillo, que a realizar una y otra vez algo complejo que nos quitará muchas horas, por no haber simplificado de inicio.
Lo simple lo entiende todo el mundo, lo complejo normalmente el que lo ha elaborado, y en ocasiones ni él. Además, luego intenta explicarlo a otros… que es peor. La norma es muy sencilla:
Si no consigues estos dos pasos, lo que haces no está simplificado.
Totalmente de acuerdo. Eso de la justificación lo compruebo desgraciadamente a menudo con la administración sanitaria: se crean decretos y órdenes que buscan estar cubiertos desde el punto de vista administrativo y legal en el caso de que surjan problemas, pero en muchos casos, son textos que encierran una ineficiencia tremenda.
En la práctica, la forma de cumplir con esos decretos termina siendo un copia-pega de una documentación genérica, sin absolutamente ninguna eficacia. No es que no se añada valor, es peor: se quita valor, porque hay que dedicar recursos a cumplir con esas normativas de esa forma tan absurda.