Cuentan que en una ocasión los jugadores de la selección argentina se quejaron de una sesión de entrenamiento más larga y exigente de lo habitual. A la mañana siguiente, Bilardo despertó a toda la plantilla las cinco de la mañana, los subió un autobús y los llevó a una boca de metro. Aún era de noche y durante más de una hora los jugadores vieron entrar y salir a un río de gente con su cansancio a cuestas, con sus bolsas de comida, con sus maletines de trabajo, con su aire rutinario… La lección terminó cuando, después de un buen rato, Bilardo dijo: esta gente sale de casa cuando aún es de noche y por vuelve cuando ya es de noche. No vuelvan a quejarse de los entrenamientos largos, por favor. Cuentan que aquel autobús volvió al hotel en un silencio inolvidable.
En una de sus multiples apariciones en publico, una madre se presento ante el con su hijo despues de varias horas de esperar en la fila para que este le aconsejara al joven que dejara de comer dulces. “Si se lo dice el maestro, penso la mujer, seguro que tendra mucho mas impacto”. Su sorpresa fue mayuscula cuando se dio cuenta de que el maestro, turbado, apenas le hizo caso y le dijo que volviera en rtes semanas. Tres semanas despues, madre e hijo volvieron a ver al maestro. Esta vez, en cambio, Gandhi le dijo al nino que no comiera dulces porque eran perjudiciales para su salud. Un poco enfadada, la madre le pregunto al maestro: “ No se lo podría ria haber dicho el primer día y me habría ahorrado la fila para hablar de nuevo con usted?”. Gandhi le respondio: “Es que entonces yo todavia comia dulces”.
¿Cuánto tiempo tardaré y en hallar la iluminación? Preguntó inmediatamente el muchacho. Cinco años, respondió el maestro.
Es demasiado, dijo el muchacho. No puedo esperar cinco años.
¿Y si estudió el doble que otros alumnos? Entonces, diez años, fue la respuesta. ¡Diez años!
Y si estudio noche y día con toda mi alma, ¿cuánto tardaría en convertirme en el sabio que siempre he soñado ser? Quince años, contestó el maestro.
El muchacho estaba muy frustrado. ¿Cómo que es posible? Cada vez que te digo que trabajaré más duro para lograr mi objetivo de comentas que tardaré más tiempo. La respuesta es sencilla, dijo el maestro. Si pones un ojo en la recompensa sólo te queda otro para centrarte en el objetivo.
Todo tiene su momento y todo cuanto se hace debajo del sol tiene su tiempo. Hay tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de matar y tiempo de curar; tiempo de destruir y tiempo de edificar; tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de lamentarse y tiempo de danzar; tiempo de esparcir piedras y tiempo de amontonarlas; tiempo de abrazarse y tiempo de separarse; tiempo de buscar y tiempo de perder; tiempo de guardar y tiempo de tirar; tiempo de rasgar y tiempo de coser; tiempo de callar y tiempo de hablar; tiempo de amar y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra y tiempo de paz.
Eclesiastés 3 , 1-8
Hace varios años, mientras el escritor y profesor Arthur Rosenfeld estaba en su coche en un Starbucks de Florida esperando su turno en una larga cola, el conductor de detrás, impacientados montó en cólera y se pudo a pegar bocinazos y a insultar a Arthur y a los empleados de Starbucks.
¡Ya te enseñaré yo lo que les pasa a los tipos groseros e impacientes!, se dijo Arthur para sus adentros. Pero de pronto fue consciente de que tenia el rostro contraído por la ira y el odio como el molesto conductor de atrás.
En ese momento experimentó lo que Arthur denomina “un cambio de conciencia”: decidió mantener la calma y transformar la negatividad en algo positivo. Pagó su pedido, el del tipo furibundo y luego se marchó. Al llegar a su casa descubrió que su acción había salido en los telediario de la NBC. A las veinticuatro horas las noticias de lo que había hecho se habían propagado por todo el mundo a través de internet y de la televisión.
En cierta ocasión, Govinda se encontraba junto con otros dos monjes descansando en el jardín que la cortesana Kamala había regalado a los discípulos de Gotoma. Había oído hablar de un viejo barquero que vivía junto al rio, a una jornada de distancia, y que era considerado un sabio. Cuando llegó el día que tuvo que continuar su camino, Govinda eligió el camino en dirección a la barca, ya que deseaba conocer a aquel barquero, pues a pesar de que había vivido to0da su existencia según las reglas y aunque los monjes jóvenes le respetaban por su edad y modestia, dentro de su corazón no se había apagado la llama de la inquietud y la búsqueda.
Llegó al rio, rogo al viejo que le condujera a la otra orilla y cuando bajaron de la barca, declaró:
– Mucho bien nos has hecho a nosotros los monjes y peregrinos, ya que a la mayoría nos ayudaste a cruzar este rio. ¿No eres tú también, barquero, uno de los que buscan en el camino de la verdad?
Los viejos ojos de Siddhartha sonrieron al contestar:
– ¿Te cuentas también tu entre los que buscan, venerable, a pesar de tus muchos años y de llevar el habito de los monjes de Gotoma?
– Aun siendo viejo- repuso Govinda-, no ceso de buscar. Jamás dejaré de hacerlo: ése parece ser mi destino. Y creo que tú también has buscado. ¿Quieres darme un consejo, venerable?
Siddhartha declaró:
-¿Qué podría decirte, venerable? Quizás que has buscado con demasiado ahínco. Que a fuerza de buscar, no has podido encontrar.
-¿Cómo es eso?- preguntó Govinda.
-Cuando alguien busca- continuó Siddhartha-, fácilmente puede ocurrir que su ojo sólo se fije en lo que busca; pero como no lo halla, tampoco deja entrar en su ser otra cosa; no puede absorber nada diferente, pues se concentra en lo que busca. Tiene un fin y está obsesionado con él. Encontrar, sin embargo, significa estar libre, abierto, no tener ningún fin. Ti, venerable, quizás eres realmente uno que busca, pero, persiguiendo tu objetivo, no ves muchas cosas que están a la vista.
Conté mis años y descubrí que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante, que el que viví hasta ahora.
Me siento como aquel niño que ganó un paquete de “dulces”; los primeros los comió con agrado, pero, cuando percibió que quedaban pocos, comenzó a saborearlos Profundamente.
Ya no tengo tiempo para reuniones interminables donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos, sabiendo que no se va a lograr nada.
Ya no tengo tiempo para soportar a personas absurdas que, a pesar de su edad cronológica, no han crecido.
Mi tiempo es escaso como para discutir títulos. Quiero la esencia, mi alma tiene prisa… Sin muchos “dulces” en el paquete…
Quiero vivir al lado de gente humana, muy humana. Que sepa reír de sus errores. Que no se envanezca, con sus triunfos. Que no se considere electa antes de la hora. Que no huya de sus responsabilidades. Que defienda la dignidad humana. Y que desee tan sólo andar del lado de la verdad y la honradez.
Lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena.
Quiero rodearme de gente, que sepa tocar el corazón de las personas… Gente a quien los golpes duros de la vida, le enseñaron a crecer con toques suaves en el alma. Sí…, tengo prisa…, tengo prisa por vivir con la intensidad que sólo la madurez puede dar.
Pretendo no desperdiciar parte alguna de los “dulces” que me quedan… Estoy seguro que serán más exquisitos que los que hasta ahora he comido.
Mi meta es llegar al final satisfecho y en paz con mis seres queridos y con mi conciencia.
Tenemos dos vidas y la segunda comienza cuando te das cuenta que sólo tienes una…
Un hombre y su mujer salieron de viaje con su hijo de 12 años, que iba montado sobre un burro. Al pasar por un pueblo la gente comentó: “Mirad a ese chico tan maleducado él tan cómodo en el burro y sus pobres padres van caminando. Entonces la mujer le dijo a su marido, “no permitamos que la gente hable mal de nuestro hijo y sube tu a lomos del burro”.
Al llegar al segundo pueblo la gente murmuró “que sinvergüenza, este hombre a lomos del burro y su familia tirando del burro”. Entonces tomaron la decisión que fuera la mujer que subiera al burro, al llegar al siguiente pueblo la gente exclamo! “Pobre hombre! Después de todo el día de trabajar y ahora tirando del burro mientras su esposa va cómodamente encima del burro! Que mala esposa!! y pobre hijo que será lo que le espera con esa madre”.
Entonces se pusieron de acuerdo y decidieron subir los tres al burro, al llegar al siguiente pueblo la gente dijo “Mirad que familia, son más bestias que el burro que les lleva! Le van a partir la columna al pobre animal! Al escuchar esto decidieron bajar del burro y ir andando, al llegar al último pueblo de su viaje la gente exclamó “Mirad a estos tres idiotas, caminan cuando tiene un burro que les podría llevar.
Muy tarde por la noche el Mullah Nasrudin se encuentra dando vueltas alrededor de una farola, mirando hacia abajo. Pasa por allí un vecino.
—¿Qué estás haciendo Nasrudín, has perdido alguna cosa?— le pregunta.
—Sí, estoy buscando mi llave.
El vecino se queda con él para ayudarle a buscar. Después de un rato, pasa una vecina.
—¿Qué estáis haciendo? —les pregunta.
—Estamos buscando la llave de Nasrudín.
Ella también quiere ayudarlos y se pone a buscar. Luego, otro vecino se une a ellos. Juntos buscan y buscan y buscan. Habiendo buscado durante un largo rato acaban por cansarse. Un vecino pregunta:
—Nasrudín, hemos buscado tu llave durante mucho tiempo, ¿estás seguro de haberla perdido en este lugar?
—No, dice Nasrudín
—¿dónde la perdiste, pues?
—Allí, en mi casa.
—Entonces, ¿por qué la estamos buscando aquí?
—Pues porque aquí hay más luz y mi casa está muy oscura.
Un hombre fue al mercado y en una tienda vio un pollo colgado.
—¿Cuánto pesa? —preguntó al pollero.
—Dos kilos y medio —contestó el aludido.
—¿Y no lo tiene más grande? —volvió a preguntar el cliente.
Voy a mirar dentro —respondió el tendero.
La verdad era que solo tenía aquel pollo, pero de ningún modo quería perder la venta; así que regresó de la trastienda con el mismo pollo en las manos diciendo:
—Tengo este otro que pesa tres kilos.
—Estupendo —dijo el cliente—, ¡póngame los dos!
El tonto pollero, que se creía astuto, pensó que para garantizar una venta valía cualquier cosa. Esta triste concepción lamentablemente aún anida en la idiosincrasia de ciertas organizaciones y, en el pasado, algunos CEO se ufanaban de esta «conducta pollero», que a veces puede parecer válida a corto plazo, pero que a medio y largo plazo significa la ruina. Es, desde luego, en los departamentos de ventas donde la priorización de lo verdadero sobre lo válido representa sencillamente la vida o la muerte de la empresa.
Hace mucho tiempo, en un país lejano, vivía un rey viudo que se preocupaba mucho por la educación de su único hijo y heredero, que entonces tenía doce años. Un buen día, el rey quiso explicarle a su hijo el significado de la palabra serenidad. Los maestros del niño, los sabios de palacio y hasta el mismísimo rey lo intentaron, pero el muchacho no conseguía entenderlo. El rey estaba preocupado, ya que para él se trataba de un concepto básico y necesario para su futuro como monarca.
Su majestad, con una cultura y una sensibilidad muy avanzadas para su época, tuvo una idea: si las palabras no daban fruto en la mente de su hijo, tal vez si lo harían las imágenes. Y así fue como el rey ideó una gran exposición de pintura en la que el tema central sería la serenidad. Dicho y hecho, su secretario personal se puso en marcha para obedecer las órdenes de su majestad e hizo llegar la noticia a todos los rincones del reino, puesto que el rey impuso como norma que todos sus súbditos pudieran participar, fueran o no artistas, y que ninguna obra, por mala que fuese, quedará descartada de la gran exposición que se haría en la gran sala del trono. Una bolsa de monedas de oro sería el premio. Se trataba de una pequeña fortuna, lo cual incentivó a que participase una gran cantidad de súbditos de toda clase y condición.
Las obras empezaron a llegar y llenar la gran sala del trono. Había tantas que el secretario quiso poner un poco de orden clasificándolas personalmente, según la calidad, la belleza del paisaje y la gama de colores. A medida que llegaban, colocaba en los lugares destacables las obras que consideraba más brillantes, ya que se había propuesto que esa exposición fuera memorable y recordada por todos durante muchos años. Las obras de poca calidad quedaban relegadas a la ultima pared, la más oscura y escondida.
Un día antes de la gran inauguración, un viejo que vivía en la montaña y que de joven había sido pintor trajo su cuadro. Cuando lo vio, el secretario quedó horrorizado. ¿Pero qué era aquello? Los colores oscuros, negros y grises, dominaban la tela, que representaba una terrible tempestad en el mar y unas olas que rompían con fuerza contra un acantilado. El hombre no podía evitar sentir cierto miedo al mirarlo. Aunque la calidad era bastante aceptable, y probablemente el artista tenía talento, no lograba entender cómo eso podía llevar el título de serenidad. El secretario y sus ayudantes pensaron hasta en esconder el cuadro para que el rey no se enfadara al verlo en medio de aquella sala fastuosa llena de bellas obras de arte. Pero las indicaciones del rey era muy claras (todos podían participar), y el secretario nunca se atrevería a desobedecer sus órdenes, así que finalmente lo colocaron al final del todo, en la pared más oscura.
El día de la inauguración, la plaza real se llenó hasta los topes. Artistas, súbditos y la nobleza en pleno querían ser los primeros en ver la exposición más grande que jamás se había celebrado en el reino. Delante de la comitiva iban el rey y su hijo, emocionados porque por fin el heredero podría entender es significado de la palabra serenidad.
La sala del trono, decorada con el gusto refinado del secretario, estaba espectacular. Todas las obras eran de una gran belleza y se serenidad: puestas de sol, el mar en calma, los prados llenos de flores o las montañas nevadas. El rey miraba todos y cada uno de los cuadros con intensidad, buscando el enseñaría a su hijo. En silencio era absoluto entre los nobles que los seguían para no molestarlo en su concentración, mientras que él se detenía pacientemente ante cada obra y la observaba con detenimiento. Así, después de un rato, llevo a la última pared, la más oscura. Cuando vio aquel cuadro terrible, la cara de sorpresa del monarca hizo temblar a su secretario, temeroso por un momento de perder su cargo, y aguantó la respiración mientras el rey seguía observando, curioso, ese paisaje tenebroso. Se acercó, lo miro con interés, se alejó y volvió acercarse hasta casi tocar la tela con la nariz.
Entonces el rey se volvió, miró a su secretario y dijo:
Este es el cuadro ganador. Hijo, acércate para ver qué es la serenidad.
El secretario se quedó boquiabierto, no entendía nada.
El muchacho se acercó y pudo observar que en medio de aquella terrible tempestad, entre los relámpagos y el cielo ennegrecido, había una roca que sobresalía del mar y encima de ella un pequeño nido de pájaros. Se acercó un poco más y pudo ver que dentro del nido había una madre pájaro dando de comer a sus cuatro crías.
El rey entonces le dijo:
Hijo, esto es la serenidad: saber, en medio de la tormenta, cuál es tu prioridad.