No todos tenemos la misma definición para todo.

Es cierto que acudimos 8 horas al día a la empresa en la que trabajamos precisamente a eso, a trabajar. Pero eso no significa que la gente no pueda ser feliz en el trabajo.

Todos tenemos un nombre, algunos un mote. El nombre sirve para poder dirigirnos a alguien de forma nominativa y personal.

Cuando me lo hacen a mí es injusto y es algo personal, cuando lo hago yo, está justificado, o ha sido un accidente. Todos deberíamos tener un mayor grado de empatía.

Dice en el libro “O livro da bruxa“, que la mujer es superior al hombre.

No lo sé. ¡Pregunta!
No es tan difícil. No se trata de hacer suposiciones de por qué las personas continúan en tu organización.

Solo porque tu vida es tuya quizás merezca la pena dedicarle un poco de tiempo a planificarla.

Hay personas que saben leer momentos. Saben darte una píldora concreta cuando la necesitas. También los hay, las que no saben interpretar el momento, y meten la pata de forma continuada.

Trabajar es importante, genera ingresos y depende de dónde estés, te puede desarrollar, pero no lo es todo. Primero lo primero, y pocas veces debe ser el trabajo.

A todos no nos motiva lo mismo. La mayoría de las veces no nos interesamos por lo que motiva a la otra persona, y tendemos a “motivarle” con lo que nos gusta a nosotros.

Por mucho que intentemos crear las condiciones para que se dé la igualdad en el ámbito laboral, la realidad es que no se da.

Todo el mundo debería tener sueños. Muchos. Los sueños son los que marcan nuestros objetivos. Los que te ayudan a levantarte y a no desistir cada vez que te caes.